«Uno debe estar al tanto desde el principio de que no llegará lejos», nos dice el protagonista de Yakarta, quien recuerda el quinto año de la escuela, cuando una monja arrugada le impartía geografía —o casi: Ella nombraba ciudades, Yakarta, y los alumnos respondían países, Indonesia: «Era una manera de ignorar el resto del temario, olvidarse de nuestros nombres y acostumbrarnos a lidiar con la decepción de saber que allá afuera existe un mundo del que sólo vamos a memorizar las divisiones políticas».