Los días previos a la invasion alemana, en París se respira un clima de incertidumbre e increduidad. Tras las primeras bombas, miles de familias se lanzan a las carreteras en coche, en bicicleta o a pie: ricos burgueses angustiados, amantes abandonadas, ancianos olvidados en el viaje, todos padecen los bombardeos y deben recurrir a todo tipo de artimañas para conseguir agua, comida y gasolina. A medida que los invasores van tomando posesión del país, se vislumbra un desmoronamiento del orden social imperante y el nacimiento de una nueva época.