Como su celebrado Vértigo (Periférica, 2018), esta nueva colección de relatos de Joanna Walsh es el inclemente y humorístico acoso a un tema: la incomunicación, en este caso, la imposibilidad de establecer un contacto integral.
Las protagonistas de estos cuentos (narradoras en primera persona) categorizan los hábitos de lectura según las relaciones de una pequeña comunidad algo envidiosa; o salen a una calle con tráfico a vender una mercancía imposible; o esperan durante meses en una estación de tren extranjera a que su cita llegue; o escriben una «vieja» carta postal para romper una relación en un momento en que las personas han aprendido a hablarse con interjecciones. Son proyectos de vida tan desubicados como locuaces: lanzados al mundo con la misión de usurpar una identidad, la suya propia.
Divertida y cruel, imaginativa en la elección de sus formatos y precisa incluso cuando nombra los afectos más ambigüos, Joanna Walsh es una escritora irrepetible, sólo comparable a aquellos maestros (desde Kafka hasta Lydia Davis) que han dado al relato breve la capacidad subversiva de pensar lo impensable.
Las protagonistas de estos cuentos (narradoras en primera persona) categorizan los hábitos de lectura según las relaciones de una pequeña comunidad algo envidiosa; o salen a una calle con tráfico a vender una mercancía imposible; o esperan durante meses en una estación de tren extranjera a que su cita llegue; o escriben una «vieja» carta postal para romper una relación en un momento en que las personas han aprendido a hablarse con interjecciones. Son proyectos de vida tan desubicados como locuaces: lanzados al mundo con la misión de usurpar una identidad, la suya propia.
Divertida y cruel, imaginativa en la elección de sus formatos y precisa incluso cuando nombra los afectos más ambigüos, Joanna Walsh es una escritora irrepetible, sólo comparable a aquellos maestros (desde Kafka hasta Lydia Davis) que han dado al relato breve la capacidad subversiva de pensar lo impensable.