Castalia fue, sin duda, la mujer más bella que pasó por mi vida. Tenía un sabor inolvidable a yerba buena, a miel, a coco rayado con nueces y almendras. Vivimos una pasión completamente inútil, como ella decía. Era hija de un bohemio enamorado de la mitología griega. Castalia sabía, con una extraña sabiduría, que yo no estaba posibilitado para el amor. Ella tampoco lo estaba.