En todos salvo “Bluebeard’s Castle” nos encontramos con narradores que no se toman en serio, que recuerdan la adolescencia con una mezcla de nostalgia y vergüenza, que en un punto pueden ser sentenciosos y ocupar puestos “dignos” como el de maestro de historia y reconocer al poeta Rubén Darío en un interlocutor cualquiera, solo para darse una raya de perico en el baño minutos después, beber Ron del Barrilito hasta las tantas y vomitarlo en la acera frente al bar de mala muerte que frecuenta. Pero si hay melancolía en la escritura de Luis B. Méndez del Nido aparece en “Bluebeard’s Castle” y no completamente melancólica, sino como “un velo de minúsculas partículas de humores y sensaciones” (Calvino, nuevamente). La historia, en instancias, es triste, pero los infortunios y las situaciones azarosas se amontonan de tal forma que, al terminar el cuento, es más propio reír a carcajadas que llorar mirando por una ventana hacia una noche lluviosa. - Daniel Rosa Hunter.