La casa que soy no es un libro más de poemas. Es algo más que un cuerpo o una voz desnudándose, haciéndose tinta para las fibras del papel. Es una casa toda, que siendo mujer nos permite acercarnos a sus intersticios, a sus vacíos de página, a sus pasillos cargados de letras. Es la casa que más allá de su arquitectura se abre para que comparemos desde su mirada cuánto se parecen sus recintos a la vida, cuánto de los que ocurre adentro no tiene otro remedio que reflejarse aún en aquellas cosas que podríamos considerar más estáticas y ausentes de voz y cercanía. En palabras del arquitecto Charles Le Corbusier: "Una casa es una máquina para vivir. (...) La casa debe ser el estuche de la vida...", así como la vida del libro debe adelantarse o permanecer luego de terminadas sus palabras.