La Alemania de este libro no es la de la cruz gamada, los grandiosos desfiles a la luz de las antorchas y las interminables hileras de brazos extendidos. Es la Alemania de Eichkamp, el pequeño suburbio berlinés donde los padres del autor vivieron una vida cívica y apolítica: creían en Dios y en la Ley, respetaban a los «buenos judíos», eran los sensatos y trabajadores herederos de los seculares valores austrohúngaros. El relato de cómo paso a paso fueron seducidos por la visión mesiánica de Hitler e, intoxicados por las promesas del nacionalsocialismo, se entregaron cómodamente a su delirio, conforma un drama aún más escalofriante por su falta de violencia, tanto más condenable por su total ausencia de maldad consciente.
La reciente reedición de La casa herida con motivo del centenario del nacimiento de su autor fue saludada en Alemania como todo un acontecimiento. Un libro fundamental en la historia de las letras germánicas de posguerra en el que Krüger no solo relataba con agudeza su propia infancia bajo el Tercer Reich, sino que proponía al mismo tiempo una lúcida radiografía de toda una clase social, de esa pequeña burguesía a la que su familia y él mismo pertenecían, «el prototipo de hijo de esos alemanes inocuos que nunca fueron nazis, pero sin los cuales los nazis nunca hubieran podido hacer su trabajo».
La reciente reedición de La casa herida con motivo del centenario del nacimiento de su autor fue saludada en Alemania como todo un acontecimiento. Un libro fundamental en la historia de las letras germánicas de posguerra en el que Krüger no solo relataba con agudeza su propia infancia bajo el Tercer Reich, sino que proponía al mismo tiempo una lúcida radiografía de toda una clase social, de esa pequeña burguesía a la que su familia y él mismo pertenecían, «el prototipo de hijo de esos alemanes inocuos que nunca fueron nazis, pero sin los cuales los nazis nunca hubieran podido hacer su trabajo».