Escrito a partir de los objetos cotidianos de una casa, este texto despunta en manos de Efraín Barradas en una memoria luminosa y sutil que esquiva sabiamente lo cursi y desmiente el viejo refrán boricua de que “el que se va para Aguadilla, pierde su silla”. Como la mítica rosa de Jericó que encontró el autor entre los objetos de la casa, y que parece muerta pero se renueva con tan solo recibir un poco de agua, en Inventario con retrato de familia, la casa toda de los Barradas, ahora vacía casi todo el año, florece ante nuestros ojos cuando Efraín la apalabra para mostrárnosla. Una memoria absolutamente sencilla y esencial, un pedazo de historia que nos faltaba.