Filosofía al paso tiene al menos dos acepciones: pensar aquello que nos sale al encuentro, que nos corta el paso, por así decirlo; y también pensar según nuestro ritmo, al compás de nuestra vida y para ella. No se trata, vale aclararlo, de volver transparente la existencia; menos aún de entregarse a la contemplación conformista. La palabra clave es asombro. Primero, recuperar esa capacidad, que es el origen de cualquier pensamiento, de todos los afectos. Y a partir de ahí ejercer ese suave escepticismo de la reflexión, que cuestiona verdades hechas y es también el prólogo de cualquier afirmación genuina.
Con este espíritu, con una prosa que retoma las grandes ideas de la tradición filosófica y de sus autores y las devuelve a lo cotidiano, Eduardo Rodríguez escribió un libro que permite volver a pensar aquello que dábamos por sentado, aunque no nos conformara. El amor, la relación con el tiempo, los vínculos, la finitud, la moral, la soledad. Ameno y riguroso, Filosofía al paso no pretende simplificar lo complejo; pues eso sería simplemente banalizar. Su objetivo es más rotundo: asumir lo complejo del mismo modo que se transita un laberinto. Con el vértigo de recorrerlo, con la felicidad al encontrar la salida. Eso es el pensamiento.