Es la calle el centro del mundo un sabadito en la noche. Una línea recta de cantinas, farmacias, hoteles, congales y restaurantes. Allí, un hombre sin nombre, abolido y estoico, que ha perdido todo y ya sólo se dedica a reparar carrocerías, está en una de las esquinas de la Sexta "nomás mirando pasar las beibis", siempre ávidas de huir de esa ciudad, Tijuana.