La experiencia de lo impensable por la que pasaron los supervivientes de los campos de exterminio plantea la cuestión del deber de memoria. Es lo que Theodor W. Adorno formulara como nuevo imperativo categórico: que los hombres orienten «su pensamiento y su acción de modo que Auschwitz no se repita». La memoria significa asumir la autoridad del acontecimiento real que toma por asalto al sujeto, trastocando a su pesar su capacidad cognitiva, su autonomía y su iniciativa y obligándole a encarar aquello que da que pensar. Pero este «giro epistémico» no ha tenido lugar: la historia ha seguido a su aire como si nada hubiera ocurrido