En Washington, los señores de la guerra se preparan para invadir a Iraq. Alrededor de ese eje giran las vidas de pequeños personajes, peones de la historia: un profesor que ansía deambular por los corredores del poder; un espía que teje la red que otros conciben y recluta para ello a una joven víctima del régimen de Saddam Hussein y a un falsificador egipcio; un guerrillero que se halla encarcelado tras la muerte de su joven esposa a manos de los sicarios del gobierno del raïs, una periodista que busca la elusiva verdad en un mundo donde las propias palabras que dicen exhibirla la ocultan -Armas de Destrucción Masiva, guerra preventiva, guerra contra el terrorismo, lucha por la democracia. Y sobre todos ellos, el Partido de la Guerra con sus nombres ineludibles ya: Bush, Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz, Perle, Condoleeza Rice. Todos aparecen en esta novela que pretende deconstruir a Iraq, o sea, para tomar prestadas unas palabras del filósofo francés Derrida sobre la deconstrucción: “Se trata de pensar cómo sucedió, de qué manera surgió algo que no es natural: una cultura, una institución, una tradición.” Y habrá que añadir: una guerra. Se deconstruye, no para destruir, sino para exhibir las fuerza incontroladas.