Ocurre con este libro lo mismo que con aquellos memorables epitafios de la Spoon River Anthology, cuando uno lo cierra está inundado por la convicción no sólo de haber asistido a un acontecimiento literario de primera magnitud sino y esto es, quién lo duda, mucho más inusual que lo primero de haber tocado con los dedos una extraña, milagrosa y salvífica piedad por todo lo que concierne a los hombres, una piedad que, lejos de falsearles, les ha encarnado en su verdadero ser, igual que el rostro de la persona amada se encarna bajo la caricia, igual que nuestro rostro se encarna sólo cuando lo acaricia aquel que nos ama. La única preocupación literaria y moral de Masters es ser fiel a ese gesto de amor que nos hace entender de pronto la vida de los demás como el mismo fluir ambiguo y no siempre comprensible que es a veces nuestra propia vida. Ésa es la cualidad del amor, sentir ese vacío del otro, atender a sus razones, responsabilizarse de él.