Trazó los contornos de las miradas rodilla, de la pantorrilla elongada y levemente pulposa, del tobillo delgado, nervudo, desde el que fluyen sus dedos largos y delicados con las uñas cubiertas por el acuoso esmalte color rosa. Siento que se me agita el pecho al recorrer las con la vista e imaginar la piel tersa, el tejido firme. Levantó la vista sin mirarla, recurriendo a la imagen que tengo almacenada y comienzo a delinear los muslos. Definitivamente no tendré que pedirle que se desnude. Me lastimaría lacerar la confianza que me ha concedido. Me convenzo de que entre nosotros flota un delicado tapiz sobre el cual se sostienen tímidas revelaciones, pequeñas coincidencias, la frágil desnudez que permite revelar heridas aún sin cenar o ilusiones que agonizan por prematuras o por algún encontronazo con la muerte.