
Nadie pudo haberme prevenido es un recorrido por los territorios cambiantes de la doble pertenencia: aquellos que se revelan en los trenes, en el umbral de nuevas puertas y en el regreso, siempre circular, al hogar primario. Cada texto es un fragmento de lo vivido, de lo no dicho, de lo que se recuerda cuando el calendario nos cede el tiempo.
Aquí no hay certezas ni se buscan respuestas: solo somos llevados a danzar entre la memoria y el deseo; entre la preservación de la luz de los afectos, las despedidas irremediables y las revelaciones que se materializan en los cuadernos de una mujer que escribe para sostenerse.
¿Existe una línea divisoria entre el exilio geográfico y el interno propio, el emocional? Con este canto, la autora nos invita a explorar las ausencias, las nostalgias y las ternuras renovadoras que habitan esa línea y que, quizás, la difuminan.