Conmovido por el descubrimiento de que a toda familia y a todo individuo los agobia y atrasa un pesado saco de recuerdos tristes y antepasados proscritos, González Argüeso se dio a la tarea de abrir el suyo y echar esos recuerdos a volar. Les dio alas de libertad a los personajes de sus quince cuentos, dándole voz y vida a los rostros mudos de las fotos que se robó del imaginario álbum familiar. En el proceso de liberarlos de toda culpa, se libera a sí mismo, con la alquimia del perdón, de lo que él entiende es nuestro "pecado original": declararnos culpables, sin jamás haberlo sido, y cumplir condenas heredadas de dolor innecesario.