
Solo estuve frente a Ismael Rivera una vez en mi vida. Habrá sido en el 1978, en la playa del Alambique, en la costa norte de San Juan. Jugaba en la playa un juego de pegarle a una bola con unas raquetas de madera, y la bola se cayó. Fui a recogerla y un hombre negro, con una barba pesada, acompañado de una mujer con la cual se reían a carcajadas, y múltiples collares yoruba, me la recogió y me la entregó. Al mirarlo lo reconocí. Jamás lo volví a ver, ni en concierto ni en un encuentro personal.
Hoy escribo de Ismael Rivera, el Sonero Mayor. Por todos sus méritos y atributos, lo reconozco como mi mayor, y más que nada como la figura musical más importante de Puerto Rico, con un legado que trascendió la música en por lo menos seis países del continente americano. Ismael es una figura poco entendida en Puerto Rico, muy comprendida en Panamá, Cuba, Colombia y Venezuela.
A todas las comunidades, personas y melómanos de la salsa que he conocido a lo largo de este viaje al mundo profundo de Ismael Rivera, les quiero dar las gracias. A Ismael Rivera hoy lo honro, por lo que es, el Sonero Mayor.