Desesperados, casi al borde del abismo, a punto de caer en el mismo centro de la deyección y el desencanto, los seres que pululan y se abaten en estas tres piezas de Jorge Luis Torres representan el envés de una moneda que, a pesar de la cuadratura de sus bordes, circula. Seres que, aunque normalmente van al cine o al café, no son los imprescindibles de la trova y los conciertos, mucho menos son quienes nominan plazas y avenidas; son los abyectos, aquellos que no cuentan ni se supone que canten; son el despojo, la pestilencia, la carroña que percude y empuerca vitrinas y escaparates. Un apéndice más, avieso y retorcido del que jamás se habla. Seres a los cuales, los más elementales códigos de la moral y las buenas costumbres apartan, destierran o decapitan.