Hay fronteras que solo la imaginación puede cruzar. La literatura es la herramienta que utiliza el lenguaje para adentrarse en los espacios ocultos del espíritu. Cuando comienza Barabradya la narradora se encuentra en el espacio simbólico de una estación en un tren de Princeton a Nueva York. El ambiente del tren y sus habitantes le recuerdan su historia personal y, en un momento de epifanía proustiana, inicia allí mismo la redacción de Barabradya. Ya establecida la conexión entre Barabradya y el viaje, entre la imaginación y la vida, la narradora extiende la metáfora del tren y nos lleva a una parada imaginaria en un pueblo caribeño llamado Lago Grande.