Cabría pensar en una especie de predestinación en cuanto a las relaciones que ligaron, de por vida, al máximo poeta español, Juan Ramón Jiménez, y la isla -un punto perdido entre dos mares- llamada Puerto Rico. Ya en el parvulario, gasta sus lápices en reproducir, de algún mapa mundi, a la menor de las Antillas mayores.
Por las vueltas que da el destino, el poeta, ya maduro, une su destino con el de Zenobia Camprubí Aymar, hija de una puertorriqueña. La Guerra Civil Española los convirtió en itinerantes que buscan un refugio en el que asentarse definitivamente. Y el refugio definitivo y predestinado fue -cómo no- la isla, perdida entre dos mares, llamada Puerto Rico. Aquí vive, trabaja y estrecha lazos de amistad. También en la isla, recibe tanto la buena nueva de la concesión del Premio Nobel de Literatura en 1956, como, muy poco después, el golpe de la muerte de Zenobia. En Puerto Rico, muere el 29 de mayo de 1958.
La isla y el poeta se entendieron y se estimaron. El poeta reconoció esta mutua estima rebautizando la isla -ad usum privatum- con el nombre de la Isla de la simpatía, que es también el título concebido para el libro que los lectores pueden tener ahora en sus manos.
Jesús Tomé