Ante la prociximidad del olvido
mi cuerpo frágil pretende
hacer del adiós algo distinto.
Pero no lo logra.
Y un frío de tumba se me urde en la piel
después de la despedida.
La lluvia no deja de ahogarme los zapatos
y bajo sus huellas
se convierte en la sombra de un mar sin fondo.
Hoy el llanto es una ruta
en la que los pasantes van y vienen.
Máscaras de neblina y de tormenta
y espectros montados en corceles de arena
se desdoblan por la calle y la saturan.
Con mi tristeza huyo,
me guarezco en un rindón.
Amontono mus huesos
como una pila de leña sobre la piel
y me hago arder con miles de pensamientos.
Volutas escapan en el aire.
Dibujan un rostro con el humo de un amor perdido.
Entonces, me alcanzan la boca palabras de fiebre.
Y un nombre.
Agonizo así un siglo, entre murmullos.
Y cuando sólo quedan cenizas frías, vuelvo en mí.
Abandono la soledad y me mezcló una vez más
con los pasantes.