Este ensayo se dirige a esa «inmensa minoría» que, al decir de Juan Ramón Jiménez, son los lectores de poesía. Robert Frost dijo que la poesía es una manera de agarrar la vida por la garganta. Si es así, para entender la vida será preciso entender primero la poesía. Montaigne también afirmó que es más fácil escribir poesía que entenderla. La poesía es tan consustancial a la experiencia humana del lenguaje que cualquiera puede sentirse llamado a escribirla en algún momento de su vida. Leerla, sin embargo, impone otros deberes de conciencia y no pocas des-gracias del espíritu obedecen al olvido en que ha caído nuestra relación con la poesía. En atención a ello, también he procurado esbozar en estas páginas algunas estrategias para la lectura de poemas; pero, sobre todo, he querido persuadir sobre el valor en sí de la poesía, convencido de que ni su escritura ni su lectura se acometerán apropiadamente sin la percepción previa de su valía.