Bitácora de nieblas es un libro duro, terriblemente agridulce, y con algo de tabaco y cerveza de los viernes por la noche. Es un trozo de espejo y un par de notas escapadas de un saxo que ha escrito Edgar Ramírez Mella. Creo que por todo eso gusta y disgusta según las propias nieblas del lector. Sabe a despedida y derrota, a furia controlada por fuera y roja y brutal por dentro. Y sí, no le ha importado al poeta jugar de barroco posmoderno porque está homenajeando a toda la poesía que ya no es de este mundo, que no nos pertenece. Le está haciendo guiños a toda una vasta cultura que, de tan nuestra, la hemos dejado en un estante con otros olvidos.
Simplemente le pregunto a Edgar si realmente sabe lo que carga, lo que induce, lo que pesa. Si es su decisión pensada ese cosmos de niebla dura, callejón en que desnudo se descarna de todo como si fuera por él a una derrota que, sí asumida, duele y reclama una venganza que no le será concedida. Mi idea básica de Bitácora de nieblas es esa. Un inmenso poemario, cultísimo, de un solidez y peso abrumador, rabioso, cruel y desesperanzado por completo, pero enorme, inmenso en su poética... y casi lamento decir que demasiado enorme para este tiempo que no es el de Edgar ni el mío. Lo que demanda, sin amenazas ni obsesiones, es una lectura lúcida, un ser humano al calor de su propio entendimiento que se detenga, que escuche junto al sonido de su propia respiración y recorra sus páginas sin premuras.