No sé si amo a mi patria, pero adoro los espejuelos de Matos Paoli, la pizza de las cafeterías de K-Mart, el olor a acetona de los negocios de uñas, burlarme de las orejas de Muñoz Marín, apodar "el caballo" a Carlos Romero Barceló, comer en un fastfood después de ir a una marcha, leer a Marx en la fila de un banco.
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No sé dónde está el Valle de Collores, pero me encantan los matojos que crecen en los techos de las casas, las enredaderas que cubren los postes, el vino caliente que sirve en las presentaciones de libros, la carretera 165 entre Dorado y Levittown, recoger los vidrios sin filo con mi padre en la orilla de la playa.