Con el carnet de conducir recién estrenado, Gabriela conduce hasta el pueblo de su abuelo en el Ampurdán, donde pasará el verano haciendo una sustitución en la biblioteca municipal, su primer trabajo. Es el día de San Juan, y en su cabeza reverberan en sentidos opuestos el peso de la resaca y la ligereza de saber que, tarde o temprano, las amigas le perdonarán que ayer desapareciera con el rollo de una de ellas. No fue para tanto, se dice. Una vez instalada, sale corriendo a bañarse en el lago de siempre.
Al mismo tiempo, Quim oye como en sordina las indicaciones del propietario de la casa que ha alquilado junto con unos amigos para pasar un par de meses de teletrabajo y descanso. Irritable, se le ha metido, entre oreja y oreja, el eco persistente de una verbena que preferiría olvidar. Como una canción pegadiza. Una vez instalado, sale a quemar los excesos con la dosis de ejercicio de rigor, pero a la bicicleta que ha encontrado en la casa rural se le rompe la cadena y cambia el pedaleo por unas brazadas en un lago cercano.
Como un latido en un micrófono explora los mecanismos de la seducción y de la atracción entre contrarios. Con un lenguaje preciso y un estilo depurado, Clara Queraltó ha dado forma a un juego de espejos absorbente y perturbador.