Esta novela agarra al lector por su bilis y le revienta el lado finito a la soga que cotidianamente aprieta nuestro cuello comunal. El horror lleva al desgaste de esa rabia biliosa que termina por enfrentar la futilidad de cualquier esfuerzo irreverente por perturbar el caos que ya, por costumbre, es orden. El Killer revuelca al lector en el miasma del lodazal urbano puertorriqueño. El placer de la desviación no es posible en un ambiente donde el nihilismo está en el sistema -Beatriz Ramírez Betances