Mis ojos se perdieron tratando de alcanzarme y en una esquina esquiva y desolada divisaron un calendario que fechaba todos mis errores y cada una de mis cadenas. Vi la muerte y su reverso. Me vi escondido en un campo de huellas inciertas, escribiendo una larga lista de adioses sin acuse de recibo. En ese tiempo y destiempo de la memoria, enfrenté la sombra de todos mis miedos ante un gran espejo que me obligaba a mirar más allá de la mentira y el arrepentimiento. Resignado al eco de mi reflejo, acepté la misericordia de ese abrazo silencioso que solamente puede ofrecer la soledad. Dejé que se desplomaran todos mis rencores y traté de abrirle espacio al perdón que existe solo ante la ausencia de la palabra. - René Pérez Martínez